lunes, 17 de agosto de 2009

Las desgracias de los demás también nos hacen más fuertes.


Mi asistenta, o más bien la de mis padres, se llama MP., y a pesar de nuestras diferencias sociales nos llevamos muy bien. MP es joven aunque mayor que yo, y solemos quedar para tomar café porque como me paso el día fuera de casa no nos vemos mucho. Un fin de semana que me quedé sola en casa, le invité a quedarse conmigo en plan amiga, no como asistenta, y compartimos confidencias en plan amigas. Entre otras cosas me contó una historia que por su crudeza me gustaría contar aquí.


Voy a narrarla en tono un poco novelesco porque no quiero sentirme como una maruja que, despeinada y en bata, le cuenta un chisme a su vecina a media mañana.


MP nunca creyó que sus circunstancias familiares fueran diferentes, al fin y al cabo, su padre no era el único en el barrio que aplacaba sus frustraciones a base de golpes en el cuerpo de su mujer , que ahogaba sus sueños rotos en vino barato y que pasaba más tiempo en el paro lamentándose y culpando a todos de sus desgracias que trabajando y luchando por salir adelante. Su madre, G., tampoco parecía darle demasiada importancia y repetía a MP que los hombres son así. Tras años de ojos morados, huesos rotos y lamentaciones con las vecinas en el descansillo de la escalera, MP seguía sin aceptar el comportamiento de su padre y se negaba a considerar un futuro igual al de su madre. A ella no le golpearían hoy sí y mañana también, su marido no la insultaría ni la humillaría delante de sus hijos porque no le gusta la cena o porque el pantalón azul marino todavía no está planchado, ella no tendría que ocultar los moratones tras unas gafas de sol baratas en días nublados y lluviosos y jamás se encerraría en el baño para que los niños no la vieran llorar.


MP. odiaba a su padre con la misma intensidad que adoraba a su madre. G. era su heroína, el pilar al que agarrarse en los malos momentos, la fuerza que la impulsaba a seguir adelante. Si no hubiera sido por la insistencia de G., MP. hubiera dejado los estudios a los dieciseis años para trabajar de cajera en el supermercado del barrio. Sus planes de futuro incluían ahorrar dinero para la entrada de un piso, que compraría con su novio A., casarse y tener hijos. G. conocía a la familia de A. desde hace años y sabía que el padre no era más amable con su mujer de lo que su marido lo era con ella, y muy consciente del dicho "de tal palo tal astilla", G. no podía permitir que MP. viviera el infierno que ella había padecido durante años. Que ella no tuvo elección, repetía a las vecinas una y otra vez, pero que si llega a nacer veinte años después sabiendo lo que sabe hoy no se hubiera casado ni loca de atar. De tal manera que poquito a poco y muy sutilmente persuadió a su hija para que hiciera un curso de secretaria además de trabajar.


Combinar los estudios, el trabajo y la situación en casa conviritieron dos años de la vida de MP en un auténtico sufrimiento agónico. Que ella nunca había servido para los estudios, se decía para justificar su inclinación por una tentadora retirada, para que seguir sufriendo si nunca le iban a dar el título. Pero su madre se negaba a escucharla y le repetía lo inteligente que siempre había sido hasta que dejó de centrarse en los estudios para preocuparse exclusivamente de los chicos y los trapos.

G. describía una y otra vez un futuro brillante para su hija como secretaria de algún abogado de éxito o de algún dentista. MP. vestiría trajes de chaqueta y no los horribles uniformes verdes botella del súper y tendría su pequeño despacho para tratar con los clientes, pero lo que recalcaba de manera insistente era la independencia que este estilo de vida le aportaría: ser libre para elegir cómo quería vivir y no sobrellevar a duras penas algo que le ha venido impuesto.


MP. comenzó a darse cuenta por primera vez de que su madre verdaderamente creía que todos los hombres eran como su padre, que todos llegaban a su casa de mal humor y estampaban las cabezas de sus mujeres contra la pared como hacía este. Fue entonces cuando consiguió apreciar lo que su madre trataba de conseguir para ella: un seguro de vida. Si los hombres convierten la vida de sus mujeres en un infierno, no te cases con ellos, parecía estar diciendo su madre, trabaja para ellos y no podrán tocarte. Si un hombre te amarga la vida y tú no dependes de él podrás continuar sola, pero si es él quien te alimenta, a ti y a tus hijos...

Haberse percatado de las verdaderas intenciones de su madre y ver como su padre cada día bebía más y se volvía más violento hicieron que MP. sacara fuerzas de donde no le quedaban y continuara con su curso hasta hoy.

MP empezó a trabajar en mi casa para ayudar con las facturas y pagarse sus estudios, ya que su padre trabajaba solo esporádicamente y había dejado de preocuparse por los gastos de la casa. Podría decirse que trabajaba para beber. Su madre se había puesto a limpiar portales, pero no era suficiente para cubrir la hipoteca y todo lo demás.

A pesar de las dificultades fueron momentos felices tanto en la vida de MP como en la de G. No faltaba dinero en casa y su padre, debido a sus estado etílico permanente, había dejado de agredir a su mujer. Madre e hija empezaban a disfrutar de la vida juntas, iban de compras y G. cambió un armario compuesto por trapos viejos y alpargatas por vestidos y zapatos en condiciones, salían a tomar café, y MP veía muy cercano su futuro con A. pero independiente.


Sin embargo, un día mientras MP estaba trabajando en mi casa, pasó algo que nadie sospechaba podría llegar a pasar. Su padre se había quedado sin dinero y se presentó en casa furioso y borracho demandando que G. le diera veinte euros. G. le dijo que no tenía esa cantidad encima, lo cual era cierto, y sin mediar palabra él la agarró del cuello, la incrustó contra un armario de la cocina, la arrastró de los pelos hasta el dormitorio, la puso boca abajo con los brazos en cruz sobre la cama y la violó de forma brutal. Cuando hubo terminado, mientras buscaba dinero por los cajones de la cómoda y las mesillas, le decía con odio etílico que no servía para nada, que era una guarra, que la casa estaba llena de mierda, que era una zorra, que iba al supermercado con la ropa nueva para que la tocaran y que la iba a matar antes de que se follara a otro. Cuando encontró diez euros en la caja de música de MP las puso en el bolsillo y salió de casa dando un portazo.

A las siete y media llegaba a casa MP para encontrarse a su madre en la cama en la misma posición que su marido la había dejado después de violarla. MP gritó al ver a su madre medio desnuda y con sangre entre las piernas. MP preguntaba insistentemente que qué había pasado y G. solo podía secarse las lágrimas y repetir sin cesar que se quería morir. G. no era consciente de las consecuencias que acarrearía su denuncia, ya que la fiscal conseguiría una condena de cinco años de prisión para el que pronto se convertiría en su ex marido y una una prohibición de acercarse durante diez años una vez fuera de la carcel a menos de 500 metros de su domicilio. El miedo se mudó del piso de G. en apenas unos meses y la nueva inquilina, una tranquilidad desconocida para ellas, se instaló para no irse jamás.


!!!!!NO A LA VIOLENCIA DE GENERO!!!!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegro realmente por ellas, y que no llegara a matarla, pero no deberia haber soportado tanto, sinceramente deberia haber matado al marido mucho antes, corrió el riesgo y fue violada y casi asesinada, y lo digo desde mi punto de vista de hombre, nadie tiene derecho a lo que el hacia, y ella estaba en su derecho de defenderse y si hacia falta matarlo, porque era o el o ella, aunque tambien en la historia se nos deja a todos los hombres fatal, cuando no somos así,la verdad esque no se cuantos anormales ai así, pero desde luego no todos.