viernes, 9 de octubre de 2009

Ella, yo.

Ella, la de moral íntegra, la perfecta, la que siempre hacía lo correcto. Ella era la que daba los consejos más sensatos, siempre. Siempre tenía todo claro y sabía como actuar en cualquier situación, o eso creía ella.

A la mañana siguiente la culpa era compartida y apenas pudieron mirarse a los ojos. A pesar de la mala conciencia, ya sola en la ducha no pudo reprimir una sonrisa al recordar lo que había pasado. La excitación añadida de lo prohibido, de lo inmoral. Se enjabonó el cuerpo reviviendo en su mente cada caricia y cada beso.

Se despidieron sin hablar y cada uno tomó su camino. Al fin y al cabo ella era libre para hacer algo así, no había roto ninguna promesa ni había faltado a compromiso alguno. Su estómago le decía lo contrario. Al día siguiente no pudo probar bocado, eran los nervios, ya se pasarían. Pero no se pasaron y durante toda la semana el comer era un esfuerzo. Lo hacía por obligación y no por hambre. Reprimir las nauseas constantes y seguir sonriendo para aparentar que no pasaba nada no fue fácil, pero sí factible. Nadie sabe lo que pasó. Nadie.

Incluso llegar al punto de escribirlo le costó semanas. Semanas de no comer y apenas dormir. Hubiera sido más fácil si solo se hubiese tratado de una noche, un secreto entre los dos. No fue así.

Él también lucía ojeras y mostraba un nerviosismo que nunca antes había estado ahí. Sonreía de manera exagerada y soltaba carcajadas histéricas al mínimo comentario. Ella sabía lo que le pasaba, él seguía pensando en lo que había pasado a pesar de no poder permitírselo. Ella también lo hacía.

Tres días después él le pidió verse después del trabajo. Lo hizo en voz baja para que nadie en la oficina pudiera oírle. Después, en un bar en la otra punta de la ciudad, un bar en el que ninguno de los dos había estado nunca antes, confesó que llevaba días queriendo hablar con ella. Era miércoles y no había dejado de pensar en ella desde la mañana del sábado cuando se despertaron juntos, que pensaba en ella todo el día, todos los días.

Ella le dijo que también pensaba en él pero que no podía ser, que era demasiado complicado y demasiada gente se vería envuelta. Él se confesó derrotado y confesó haber deseado aquella noche desde hacía demasiado tiempo. Lo que ella creyó fortuito para él había sido la realización de una fantasía. Él siguió confesando y admitió haber dejado de amar a su esposa, admitió vivir por inercia manteniendo las apariencias por el bien de sus hijos, aún tan pequeños. Esos niños a quienes hace algo más de un mes había regalado una gatita que ella había recogido de la calle.

Los encuentros furtivos continuaron y aún continúan. Ninguno de los dos sabe como explicar a su entorno lo que está pasando porque ni ellos mismos lo saben todavía. Solo están seguros de lo que sienten cuando están juntos, pero hasta ahí llega todo. El futuro es demasiado incierto para ellos y no se permiten pensar en él. Solo tienen el presente y se cuentan el uno al otro cómo darán la noticia.

Él tendrá que decirle a su mujer que ha comenzado una relación con una chica de veintiséis años que es además la hija de sus amigos más cercanos y que trabaja para él desde hace unos meses. Su mujer se volverá loca y no es para menos. Ella tendrá que explicar en su casa, tarde o temprano, que no sale con ningún joven del barrio sino con uno de los mejores amigos de su padre. Los padres de ella son muy liberales, pero algo así les resultará difícil de digerir.

Ella sigue hecha un manojo de nervios y su estómago sigue encogido. Ha perdido peso y la falta de sueño empieza a hacer mella. Él sigue con sus ojeras y su risa histérica. Pero esas tardes que pasan juntos hacen que se olviden de todo y que ese mismo todo merezca la pena.

Esta historia les ha dejado claro que “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. No importa lo correcta e intachable que sea siempre tu comportamiento.

3 comentarios:

Jac dijo...

hostiasssssss

Ana la del blog dijo...

y que lo digas!

Ana dijo...

Como narradora no tienes precio, Ana, desde luego... qué manera más bonita y romántica de explicar algo tan fuerte. Me alegro de leerte de nuevo tras tantos días; y sí, sí que era fuerte lo que te tenía alejada del blog.
No quisiera ofenderte y desearía que tu historia fuera la diferente, la que realmente funciona de estos casos; pero sabes, debes saberlo, que es muy común lo que te está pasando. Y que no suele salir bien. Que "mi mujer no me comprende" debe ser la excusa más burda de todas, la más repetida, la más usada.
Que por mucho que se te diga: piensa en los niños, piensa en cómo te sentirías si te pasara a ti, y un montón de cosas más, nada vale la pena.
La vida te da sorpresas y de las gordas, eso es impepinable.
Te deseo suerte, de corazón. No te conozco de nada, pero me caes bien.